viernes, 18 de enero de 2013

+ Mirando el cielo de Besalú


Estos días de fin de año he estado visitando la Garrotxa. Es una región de Girona que en tiempos remotos sufrió una intensa actividad volcánica. Prueba de ello son los múltiples cráteres que salpican la zona, ahora cubiertos de bosques y vegetación. Nos hospedamos en una localidad llamada Besalú. Capital de Condado en la Alta Edad Media, descansa junto al río Fluviá. El grandioso puente sobre el cauce es la postal más típica. El casco antiguo conserva todo el sabor medieval con sus estrechas calles serpenteando entre orgullosas fachadas de piedra. Iglesias románicas de gran porte salpican plazas irregulares aquí y allá, con sus interiores silenciosos y en penumbra.

Y de repente, entre tantas notas de antigüedad aún presente, suena una melodía nueva. Levantamos la mirada y encontramos un silla empotrada en el muro de piedra. ¿Una silla? Sí una silla de metal, ¡no, dos! ¡No!, fíjate en aquella pared de ahí, ¡también hay una silla! ¿Qué hacen estos objetos tan cotidianos situados en un lugar tan inverosímil? Están tan arriba que no los alcanza más que el zoom de la cámara. Elevadas sobre la pared aguantan las caricias del viento que juega a silbar entre sus patas y el frío que dibuja carámbanos de hielo sobre el respaldo.

Preguntando por ellas en el bar me dijeron que son fruto de un intercambio que hubo con artistas italianos hace unos años. Me gustan las sillas de Besalú. Vivimos atados a nuestras rutinas, a nuestras verdades, a nuestras costumbres, a nuestros dogmas. Nos levantamos y seguimos como autómatas fieles a nuestros esquemas desde la mañana a la noche. No hay lugar para la imaginación. Los cuadros para la pared, los platos sobre la mesa y las sillas en el suelo. Pero no, no tiene porqué ser siempre así. De hecho es un convencionalismo más. Yo te propongo: mira por la ventana, siente el sol de invierno tan agradable sobre la piel. Sal a la terraza. Colocarás los cuadros en el suelo, te sentarás en la silla y reclinándote levantarás las patas delanteras, apoyando el respaldo a la pared y sosteniendo el plato sobre las rodillas. Así saborearás lentamente la merienda mientras contemplas el cielo. Pues a eso nos están invitando las sillas de Besalú, a mirar el cielo. Un cielo nuevo donde todo es posible.








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