viernes, 17 de octubre de 2014

+ También a oscuras +

Uno de estos días iba paseando junto a la bahía en dirección al Molinar, disfrutando del rumor del oleaje y el horizonte infinito aún estando en la ciudad. La noche saludaba tranquila, plácida, sin viento y las luces de Palma pintaban la escena con sus destellos.

Al llegar al dique que encierra dicho puerto apareció un nutrido grupo de turistas (hablaban en alemán) acompañados de un guía que organizó el evento. Era algo sencillo: utilizaban unas bolsas de papel que poseían un alambre circular con una placa en su centro. Allí se situaba una vela de éstas que ya vienen con su cubilete de metal. Todo baratísimo y fácil de conseguir. Al instalar la mecha en el interior de la estructura el fuego calentaba el aire y, como el montaje pesaba tan poco, enseguida tomaba el vuelo por los aires de forma mágica. La noche se llenó de luciérnagas inesperadas dibujando rutas caprichosas en el aire.

Me acordé de la última entrada del blog sobre la instalación en la iglesia a oscuras. Y pensé que la principal diferencia entre el montaje de Shiraishi y lo que yo estaba contemplando era que el primero se había hecho con una intención artística mientras que este acontecimiento era puramente lúdico (obviando, claro está, el tema económico). Porque el valor estético de aquello que estaba observando era grande. No había ningún contenido porque no era el objetivo, pero era fácil encontrarlo. Los actores de la performance ponían lo mejor de sí mismos en el mensaje que lanzaban al cielo. Sus risas llenaban las bolsas de buen humor y su luz se fundía primero con la de la ciudad, luego con el cielo y más allá. El final de la actuación, en vez de ser una documentación fotográfica testimonial del suceso, consistiría en unas cervezas alrededor de una mesa sin más pretensión que despedir una noche artística.










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