viernes, 6 de noviembre de 2015

+ Subido a la grúa +

Recientemente leía en el periódico que el Ayuntamiento de Palma se había puesto en contacto con algunos artistas urbanos barajando la posibilidad de rehabilitar zonas  degradadas de la ciudad. Porque nuestra capital, como la mayoría de urbes que crecieron en España con el boom de los sesenta, se expandió rápido y sin planificar. Los límites de altura edificable se dispararon, el gasto en material constructivo se redujo al máximo para incrementar beneficios y el diseño se hizo sin el más mínimo interés por la estética y la armonía. Las estrechas calles se volvieron oscuras con el aumento del hormigón y el paso del tiempo acabó por evidenciar lo limitado y cicatero del planeamiento urbano. Porque la arquitectura no es como la pintura, que cuando pasa de moda se quita de la pared y se sustituye por otra; su huella permanece durante generaciones. Sin embargo, valoramos poco la importancia de la piel del edificio y su impacto en el entorno. 

Los artistas urbanos aprovechan las posibilidades que ofrecen contextos degradados y vulnerables para crear una nueva realidad, que da sentido al espacio y favorece la conciencia de pertenencia al barrio, la idea de comunidad.

Hitnes (www.hitnes.org) es un artista italiano que desde 1996 trabaja como muralista para clientes públicos y privados. Lo ha hecho en varios países europeos, en Australia, Méjico y China. El trabajo que muestro más abajo lo realizó en una plaza del barrio de San Basilio, en su Roma natal. Su pasión por los animales se refleja siempre en sus obras, pero lo que más impresiona es observarlo pintando. En este video podéis verle subido a una grúa cual colibrí revoloteando sobre la fachada, brocha en mano. No! Más bien es una jirafa de la que el pintor es la cabeza pintante y pensante. O también una serpiente pincel en boca siseando suspiros de color. Bueno, viendo la libertad y nervio con que se mueve pensaríamos que es la cola de un perro barriendo la pared con su juego inquieto. Y no olvidemos al mosquito, que busca el lugar adecuado de la fachada para clavar su aguijón. Ah! Y el saltamontes, que…


Sea como fuere, el resultado es sugerente, creativo, espectacular. Me imagino siendo niño, en ese columpio del parque, ya anochecido, inventando diálogos entre el oso y el cocodrilo, entre el pato y el calamar, ¿qué se dirán? ¿que pasará por la mente de los chavales que cada día van al colegio, acompañados de tan extraordinarios vecinos?










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