viernes, 15 de enero de 2016

+ Entrañas de metal +

Estuve hace poco en Estellencs como final de una larga excursión de sube y baja, que había empezado en Esporles. Allí, a la entrada del pueblo, te da la bienvenida la escultura de un mulo de metal. Hecho de piezas ensambladas, una placa que tiene a su vera nos indica que el artífice es Mariano Navares, y ha utilizado para dar vida a su obra los restos inertes de una grúa abandonada. El hierro se ha oxidado con el paso de los años hasta adquirir el tinte pardo propio de estos pollinos. Su postura es dubitativa, nos mira con la cabeza ladeada y no se decide a iniciar el paso. Tal vez ya ha visto todo lo que necesitaba para alcanzar la sabiduría y ahora se limita a contemplar la vida pasando ante su presencia. Sus tornillos, muelles y ruedas dentadas desprenden franqueza. Él no teme mostrarnos sus entrañas, donde los sólidos engranajes digieren bien el aire de la sierra, su único alimento. La cola cuelga lacia pues no hay moscas que molesten, estos insectos no aman tanto el hierro como el pelo. Su cabellera tiesa demuestra sorpresa por la maña de su hacedor, que con tanta gracia ha desbaratado un artilugio para dar vida a nuestro jumento.

Los ojos fijos en nuestra estampa nos retan a aminorar el paso, a caminar despacio. Cansado está de ver pasar los vehículos a toda velocidad al salir del pueblo. Y a los vecinos correr apurados por sus congojas. O a los excursionistas llegar derrotados por el cansancio sin haber silenciado sus locuras. Él no, él deja que el sol siga su camino, la brisa refresque sus tuercas, la lluvia abrillante su metálica silueta. Porque su sabiduría, la del que ve pasar la vida por delante sin preocuparse, nos supera.







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