viernes, 21 de octubre de 2016

+ Medio cuadro +

Tengo la costumbre de fijarme en los cuadros que cuelgan de los muros, allí donde voy. Es deformación profesional. Lo que tenemos colgado en la pared habla mucho de nosotros, nuestros gustos o nuestro pasado. Pero no sólo lo que cada uno tiene en su casa (o no tiene, pues en la decoración moderna los vacíos también cuentan, y el discurso visual se reduce a su mínima expresión). Cada cuadro que vemos en los restaurantes, hoteles, cafeterías, salas de fiesta, etc., se puso con una intención. Normalmente se busca transmitir un mensaje, una sensación, acorde con el lugar. Por eso en la hamburguesería ponen fotos de cowboys americanos montando reses bravas, y en la panadería hay un detalle del trenzado de la pasta de una empanada de cordero y guisantes. Un restaurante elegante muestra imágenes sofisticadas y uno tradicional fotos antiguas con solera. Este verano estuve en un hotel donde vi medio cuadro con una intención totalmente inesperada: crear más espacio.

Estaba desayunando un menú continental, consistente en pan tostado con mantequilla y mermelada, croissant, yoghurt con muesli y zumo de naranja, un huevo frito con bacon, una magdalena y una galleta de chocolate (la vida del viajero es dura, hay que tomar fuerzas cada mañana antes de enfrentar un agotador día de turista). Mientras iba saboreando las viandas dejaba pasear la vista por la decoración barroca de un hotel con pretensión de cuatro estrellas cuando sólo tenía dos. La mirada volvía una y otra vez a un misterioso cuadro con una línea en el medio ¿A quién se le ha ocurrido plantar una linea vertical sobre una arquitectura tan precisa? Me levanté para fijarme en el detalle y quedé pasmado ¡Sólo había medio cuadro! La otra mitad era virtual, reflejada en el espejo enorme que intentaba confundirnos para hacernos sentir un espacio que no había. Así, con esa triquiñuela, el engaño del espejo era mucho más real. Aunque no hubiera servido cualquier imagen para esta trampa, debía ser perfectamente simétrica para poder partirla con naturalidad. Ingenio decorativo para aparentar lo que no había a costa de nuestra inocente mirada. Confirmé después que el alimento que estaba comiendo no sufría las mismas carencias de la habitación; tenía un croissant entero y una magdalena de una pieza. Y empecé a convertirlas en una mitad con la boca mientras sonreía ante la artimaña del hotel, que quería ser de cuatro estrellas aunque sólo tenía dos.






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