viernes, 9 de enero de 2015

+ Ruido y silencio +

Aunque parezca lo contrario, hay reglas para juzgar la calidad de una obra de arte moderno. Bien es cierto que muchísimos trabajos alcanzan la fama gracias al marketing de los marchantes; y también a los directores de los museos, que no quieren que sus fondos pierdan valor. En este caso será el tiempo el que dará el último veredicto, pues nada que no sea realmente valioso soporta el paso del tiempo. Recuerdo cuando estudiaba en Madrid con un profesor magnífico que tuve, J. Bustos (no brillaba por su simpatía, pues era un poco rudo, pero su enorme conocimiento de la materia mezclado con su capacidad de comunicarlo y su gran exigencia para con el alumno hizo de sus clases algo muy estimulante). Pues bien, él hacía mucho hincapié en este detalle: sólo se conservan las cosas que son realmente valiosas; todo lo demás se va al cubo de la basura tarde o temprano, con una generación o la siguiente. Es la crueldad de la historia.

A veces, las normas para que una obra artística tenga calidad nacen de aplicar el sentido común. Vemos a los jóvenes por la calle, todos con los auriculares puestos en sus orejas y los criticamos, no saben vivir fuera del continuo ruido. Pero tampoco somos capaces de sentarnos en una meditación callada que dure más de veinte minutos, hay un exceso de vacío. El abuso de los extremos es siempre nocivo, aunque en este caso creo que es mejor pecar de silente en un mundo que no para de hablar a todas horas.

Recientemente estuve visitando la Fundación March de Palma, que poco a poco hace rotar la colección de sus fondos y siempre sorprende con alguna obra todavía no contemplada. Allí pude ver varios cuadros muy matéricos y como sé que a muchos de vosotros os gusta añadir carga al lienzo quise adjuntar alguno al blog. Al final opté por distintos autores: Luís Feito, Antoni Tápies y Darío Villalba. Las tres pinturas son muy diferentes pero de gran calidad; llenas de matices y sugerencias, crean mundos abstractos por los que transitar con la mirada. Si hay algún detalle que las unifica es la sabia distribución de los ruidos y silencios. No todas las partes del cuadro quieren ser protagonistas, unas ceden la palabra a las otras para que podamos captar el discurso sin abrumarnos. Es un equilibrio casi musical.






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