viernes, 20 de febrero de 2015

+ Más allá del límite +

Estaba el otro día fisgoneando por la web y acabé en la página de un pintor americano llamado Daniel John Gadd (jagmodernart.com/daniel-john-gadd). Este joven artista nació el 1986 en Nueva Jersey, donde vive. Los que nos reíamos viendo la serie "Big Bang Theory" sabemos que es un barrio junto a Manhattan, al otro lado del río Hudson, donde nació Leonard y del que todos bromean como si vivir allí fuera igual que en Son Gotleu, salvando las distancias. Supongo que será un tópico más sobre el que bromear. Lo cierto es que si revisáis el currículum, toda su carrera artística la ha desarrollado en la Gran Manzana.

Sin intención de frivolizar, puede afirmarse que los americanos tienen una forma de dedicarse al arte mucho menos ortodoxa que los europeos. Nosotros llevamos a cuestas siglos de arte, con sus modas, juicios y opiniones que nos influyen y pesan sobre nuestro subconsciente. Al otro lado del océano todo es más gamberro y también más fresco. Así por ejemplo, saltando a la música, quién podría imaginar que un parisino inventara el rap, ¿por ejemplo? Y en pintura se nota sólo viendo los colores utilizados, que suelen ser mucho más ácidos y estridentes. Claro está que todas las generalizaciones son falsas, pero ¿podéis imaginar a un berlinés iniciando el arte pop? De hecho, recuerdo que visité una exposición de Mondrian, ese pintor holandés obsesionado con la linea y la configuración cuadrangular, que después de años de pintar según su peculiar concepción, viajó a Nueva York. La ciudad le impactó tanto que modificó su metodología y comenzó a ser más libre y suelto tanto en las estructuras como en el color; fue poco antes de morir.

Bueno, me he ido por los cerros de Úbeda. Porque lo que me llamó la atención de Gadd es su forma de empastar. A muchos de vosotros os gusta realizar retratos. Pero a menudo después de un excelente dibujo viene una pintura dura y rígida. No es el caso de este autor de Nueva Jersey. Él se siente libre de trabajar capa sobre capa. No tiene miedo de destruir la imagen para recuperarla después. De este modo los rostros se convierten en cosntelaciones y las figuras parecen salidas de unos fuegos artificiales. Al final recompone la obra, silencia ciertos espacios para que no abrumen, tranquiliza los ambientes que rodean al cuerpo, de tal modo que incluso puede reconocerse el parecido con el modelo. Hay que perder el miedo al borde, a la frontera, al límite, al menos al comienzo. Todo puede rehacerse. Y es una enseñanza que hay que asimilar tanto en la pintura como en la vida.








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