viernes, 13 de abril de 2018

+ Arte dentro del arte +


Decía en el último blog que se puede estar sobre una obra de arte, pero que dentro de ella sólo se puede vivir en una película de Harry Potter. No es cierto. Este fin de semana estuve paseando por Cuenca con unos amigos y, cómo no, volví a visitar el Museo de Arte Abstracto Español. Se encuentra en el corazón de la ciudad, en las apodadas como “Casas Colgadas”. Ya no recordaba la espectacularidad de este espacio. Las obras que contiene son de una calidad excepcional, pero el contenedor es tan sublime como el contenido. Cada rincón del museo es una verdadera escultura. Se cuidan las luces, los colores del suelo, de los muros, los cambios de plano visual, las escaleras… Todo está pensado hasta el mínimo detalle para que los cuadros luzcan en su plenitud y la experiencia artística sea completa. Cada rincón es tan exquisito, que hasta las maderas que cierran las ventanas son una pieza de arte abstracto.

Las Casas Colgadas son de origen medieval y han pasado a lo largo de la historia por diferentes fases de abandono y reconstrucción. Actualmente pertenecen al Ayuntamiento, que las cedió para la creación del museo. Éste abrió sus puertas en junio de 1966 gracias a la iniciativa de Fernando Zóbel. Gran apasionado del arte, con una vasta cultura y él mismo pintor, fue adquiriendo a partir de 1955 obras singulares de artistas abstractos españoles de su generación. Éstas piezas fueron instaladas cuidadosamente en los espacios del museo por Zóbel, con la ayuda de Gustavo Torner, Gerardo Rueda y otros artistas. En 1980 Zóbel donó su colección a la Fundación Juan March, que la completó y enriqueció.

Así pues, entré en el museo, que además es gratuito. Me asomé al precipicio desde los balcones que miran sobre el acantilado. Subí y bajé escaleras. Me encandilé con Tápies, Zóbel, Muñoz, Manrique, Chillida, Palazuelo, Millares, Saura, y tantos otros. Fotografié esquinas y techos. Recorrí todo el itinerario. Y al acabar, lo repetí al revés, rápidamente, volviendo al punto de partida, para iniciar de nuevo la visita, siguiendo los pasos de lo que ya había visto.

Mis amigos esperaban nerviosos en la puerta… “¡Que te dejamos!” dijeron al verme salir. “Claro, ¿y cuanto tiempo va a pasar hasta que vuelva yo a Cuenca? Al menos tengo el museo grabado en la memoria”.












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