viernes, 16 de noviembre de 2018

+ Dentro de un dibujo +


Seguro que de niños la mayoría habéis imaginado que entrábais en un cuadro. Al menos eso es lo que se puede leer en los libros de fantasía, o en las películas de magos. Los personajes entran en los lienzos, o son los retratados los que salen de ellos y se pasean por el mundo real. Ciertamente, algunas pinturas son tan verídicas, que no resulta difícil imaginar que damos un paso hacia dentro.

Más difícil nos resulta entrar en un dibujo. La línea es plana, remite sólo a un borde; el perfil es el protagonista. Es un mundo abstracto donde nosotros, seres físicos con nuestros volúmenes y michelines, no parece que podamos acceder. Pero en un café de Seúl, en Corea del Sur, han conseguido superar esta aparente dificultad. Se trata del Cafe Yeonnam-dong 239-20, en el distrito del mismo nombre (https://www.instagram.com/ynd239.20_cafe/). Todo en el local es blanco, excepto los bordes, que están pintados de negro. Y lo han perfilado todo: paredes, cortinas, mesas, sillas, bandejas, marcos, estanterías, tazas, platos, cubiertos, macetas, plantas, sofás… Hasta el perro está perfilado. La sensación es la de vivir en una hoja de papel, y el efecto se incrementa al tomar fotografías. Ya os podéis imaginar el éxito que tiene entre los aficionados a colgar sus instantáneas en instagram.

Me gusta mucho la idea de vivir en un dibujo. Con la de guerra que os doy yo en el taller con este tema: que si la linea gruesa y la fina, que si la seguridad del trazo, que si la proporción del encaje y bla, bla, bla. Y me pregunto, ¿cómo sería dibujar en un sitio así? Primero pedir un café con pastas. Supongo que tendríamos que pedir uno bien cargado, bien negro, porque un cortado, marroncete, rompería el hechizo; y las galletas vendrían completamente cubiertas de azúcar glasé. Después, sacar el bloc y el lápiz, y empezar a trazar rayas negras sobre un soporte inmaculado. Seguro que los garabatos serían extraordinarios, porque en un cosmos de lineas, todo el mundo sabrá dibujar. Y al acabar, marcharnos y dejar la obra final sobre la mesa. Nadie se daría cuenta del desliz, parecería parte de la decoración: un detalle más de un mundo en dos dimensiones.









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