viernes, 12 de febrero de 2016

+ Rostros_2 +

Hablábamos el otro día de la necesidad que sentimos muchos artistas de retratar el rostro humano. No sólo como una forma de inmortalizar un físico conocido, familiar, o fruto de un encargo, sino porque allí se refleja nuestra humanidad en su máxima expresión. Y también nuestros miedos, deseos, inquietudes…

Hay muchos modos de acercarse al rostro humano. Mike Dargas (www.mikedargas.com) lo hace a través del detalle. Este artista alemán nació en Colonia en 1983, donde reside. Ya desde niño sintió el tirón de la pintura y de hecho cuenta con orgullo que fue aceptado en una Escuela de Arte para adultos cuando todavía era un chaval, gracias a su talento. Cuando cumplió los 20 se hizo famoso en el panorama del tatuaje, ganando importantes premios en esta técnica. Ahora utiliza el óleo como modo de expresión principal, y sus cuadros han sido expuestos desde Londres a Berlín, en Nueva York, Viena…

El hiperrealismo que domina Dargas es un arte de la paciencia, del pincel pequeño. Y un arte del mundo contemporáneo. No sería posible sin la ayuda de la cámara. Antes de la invención de las lentes, la pintura se tenía que limitar a las posibilidades del ojo humano. Y éstas son como son y con la edad cada vez van siendo menos. Además, ningún artista podía pretender que sus modelos permanecieran quietos más allá de lo humanamente sensato. Había que aprender a lidiar con el cambio y la impermanencia. Recuerdo que cuando estudiaba en la facultad, en quinto, el último año de carrera, cuando se suponía que ya habíamos adquirido las destrezas y secretos de nuestro arte, cursábamos la asignatura de movimiento. Consistía en que los modelos desnudos se desplazaban a lo largo de la tarima cambiando sus posturas más lentamente de lo razonable, pero demasiado rápido para nuestras manos, que garabateaban manojos de lineas sobre el papel. Siempre pensé que la clase de movimiento era un premio para los modelos. Y el castigo para los alumnos, que los habíamos atormentado durante años exigiéndoles poses fijas de larga duración. En fin, antes para un artista aprender a lidiar con la fugacidad de lo real era imprescindible. Pero con la invención de la cámara, y los objetivos cada vez más sensibles, fue posible captar detalles cuya existencia los antiguos nunca imaginaron.

Ciertamente el dominio de Dargas es excepcional. Y lo demuestra con sus imágenes. Él afirma que su trabajo busca entender la naturaleza íntima y emocional del ser humano. Pero yo veo sus obras más bien como un reto frente a sí mismo. Ser capaz de representar las arrugas de un viejo sin que parezcan cicatrices, la textura de un encaje sin que aparente ser de cartón, el goteo de la miel sobe la tez sin que parezca cera. Hay indudablemente expresividad detrás de cada cuadro, cómo lo voy a negar, pero ante todo se percibe un reto, sobre el que Dargas sale victorioso.









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