viernes, 16 de diciembre de 2016

+ Viajar +

No hace mucho, paseando por el centro de Palma, me sorprendí adelantado por un globo que viajaba a toda velocidad sobre las tablas de un portal. El viento de poniente lo mantenía escorado, mientras que hacía volar la trasera de mi abrigo. El estampado sobre su cuerpo tenía un aire de circo, de fiesta, de cuento. Poco a poco alzando el vuelo, las nubes ya empezaban a envolverlo.

Comprendí perfectamente la dirección que su trayecto. Marchaba a Oriente, que es de donde viene todo lo mágico. Surcaría el Mediterráneo, pasaría por encima de las guerras Sirias y volaría más allá, para abandonar la antigua Persia y seguir hacia el Este, hasta la India, de donde debieron partir los reyes magos.

Ahora los reyes vienen de China o de Taiwan, vía aliexpress, pero los tripulantes de este globo no buscaban aparatos electrónicos ni cachivaches baratos. Buscaban el saber que hace que todos los cacharros tengan poca importancia, y las calamidades de la vida también. Y ese saber sólo se consigue viajando. Viajando primero muy lejos, luego muy cerca, y por último a ningún lado, más que donde uno está.




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