viernes, 3 de febrero de 2017

+ Peces de botellas +

La semana pasada hablábamos de esculturas sobre la arena en Copenhague y eso me hizo pensar en otras situadas en un punto muy lejano del globo. Se trata de la instalación que pudo verse en la playa de Botafogo (Río de Janeiro) durante la Conferencia de la ONU sobre Desarrollo Sostenible Río+20, en Brasil, en el 2012. Las esculturas acapararon la atención de bañistas, curiosos y periodistas especialmente durante las noches, cuando un grupo de focos externos y un entramado de luces led —convenientemente instalado dentro en la estructura— daban al conjunto las más sorprendentes tonalidades. Era una forma de llamar la atención sobre la nociva repercusión de los plásticos en la vida marina; en los océanos se concentran toneladas de plásticos (llegando incluso a formar islas) a menudo en zonas sensibles para la reproducción de peces y cetáceos. La conferencia no consiguió los frutos esperados y, según se puede leer en las crónicas, acabó después de días de conversaciones infructuosas con muchos acuerdos sin firmar.

No he logrado encontrar el nombre del autor de las esculturas, pero sorprende cómo con unas vulgares botellas pudiera conseguir tal impacto visual. Añadir la luz para aprovechar el soporte traslúcido fue una gran idea. Al recordar las esculturas del museo Arken, me hace pensar en cómo es decisivo el material en la longevidad de la obra. Aquellas esculturas de hormigón y metal, enfrentadas a las inclemencias de las tormentas marinas, siguen impertérritas sobre la arena. Los peces transparentes de Rio, hermosos en sus reflejos, tuvieron una vida breve pues estaban construidos de plástico, un material de usar y tirar. 









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