viernes, 17 de mayo de 2019

+ Una ventana que no es +


Hace pocas semanas reflexionábamos sobre lo que era un trampantojo. En cierto modo, la mayor parte de la Historia del Arte europeo son trampantojos, al menos hasta la revolución moderna, en el sentido de que los artistas desde el renacimiento, incluso antes, buscaban la máxima verosimilitud de la imagen que pintaban. Pero si nos ceñimos al significado estricto, trampantojo es cuando, al pintar la imagen sobre un muro, simula algo que podría estar ciertamente en ese sitio, pero en realidad no existe, como las entrañas de la Pirámide del Louvre que ideó “JR”. Hace unos días me topé con otro trampantojo tan sorprendente, que no pude sustraerme a la tentación de motrároslo. Esta vez el grafitero se llama Eron. Oriundo de Italia, en 2018 pintó  lo que ahora se considera uno de los grafitis más grandes del mundo. La obra, denominada W.A.L.L. se realizó en el nuevo distrito de Milán, el “City Life”, y ocupa una superficie de 1000 metros cuadrados.

Las obras que Eron crea en las paredes urbanas a menudo tienen que ver con problemas sociales, como es el caso al que ahora me refiero. El grafiti está dedicado a la portuguesa Revolución de los Claveles, que el 25 de abril de 1974 derrocó la dictadura Salazarista. Está situado en lo alto de la plaza Fernando José Salgueiro Maia, capitán portugués que hizo una contribución decisiva al derrocamiento del régimen fascista sin derramamiento de sangre. Fue un golpe militar inusual, ya que los soldados inmediatamente recibieron el apoyo total de la gente. El nombre “Revolución de los Claveles” proviene del gesto de Celeste Caeiro, una florista que ofreció claveles rojos a los soldados en una plaza de Lisboa. Las flores se colocaron en los hocicos de los rifles y pronto se convirtieron en un símbolo de la revolución y una señal para que las tropas gubernamentales no respondieran. En la imagen vemos la florista mirando a través de la ventana, junto a un manojo de claveles, mientras palomas de colores revolotean a su alrededor. Pero lo más chocante es ver primero el muro en blanco y caer en la cuenta de que nada existe. No están las palomas, claro, aunque sus sombras sobre el tabique sean tan verídicas. Ni está la florista, lógicamente ¡Y tampoco la ventana! Eso es lo más chocante, pues aparece tan bien representada, en un tamaño adecuado, con todas sus sombras, reflejos… Incluso vemos los chorretes que la lluvia ha dejado sobe el muro, debajo de sus dinteles. Todo un ejercicio de virtuosismo que produce admiración. 





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