Estos días de fin de año he estado visitando la Garrotxa. Es
una región de Girona que en tiempos remotos sufrió una intensa actividad
volcánica. Prueba de ello son los múltiples cráteres que salpican la zona,
ahora cubiertos de bosques y vegetación. Nos hospedamos en una localidad
llamada Besalú. Capital de Condado en la Alta Edad Media, descansa junto al río
Fluviá. El grandioso puente sobre el cauce es la postal más típica. El casco
antiguo conserva todo el sabor medieval con sus estrechas calles serpenteando
entre orgullosas fachadas de piedra. Iglesias románicas de gran porte salpican
plazas irregulares aquí y allá, con sus interiores silenciosos y en penumbra.
Y de repente, entre tantas notas de antigüedad aún presente, suena una melodía nueva. Levantamos la mirada y encontramos un silla empotrada
en el muro de piedra. ¿Una silla? Sí una silla de metal, ¡no, dos! ¡No!, fíjate
en aquella pared de ahí, ¡también hay una silla! ¿Qué hacen estos objetos tan
cotidianos situados en un lugar tan inverosímil? Están tan arriba que no los
alcanza más que el zoom de la cámara. Elevadas sobre la pared aguantan las
caricias del viento que juega a silbar entre sus patas y el frío que dibuja
carámbanos de hielo sobre el respaldo.
Preguntando por ellas en el bar me dijeron que son fruto de
un intercambio que hubo con artistas italianos hace unos años. Me gustan las
sillas de Besalú. Vivimos atados a nuestras rutinas, a nuestras verdades, a
nuestras costumbres, a nuestros dogmas. Nos levantamos y seguimos como
autómatas fieles a nuestros esquemas desde la mañana a la noche. No hay lugar
para la imaginación. Los cuadros para la pared, los platos sobre la mesa y las
sillas en el suelo. Pero no, no tiene porqué ser siempre así. De hecho es un
convencionalismo más. Yo te propongo: mira por la ventana, siente el sol de
invierno tan agradable sobre la piel. Sal a la terraza. Colocarás los cuadros
en el suelo, te sentarás en la silla y reclinándote levantarás las patas
delanteras, apoyando el respaldo a la pared y sosteniendo el plato sobre las
rodillas. Así saborearás lentamente la merienda mientras contemplas el cielo.
Pues a eso nos están invitando las sillas de Besalú, a mirar el cielo. Un cielo
nuevo donde todo es posible.
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