El arte moderno suele huir de los marcos. Las razones son
varias pero a mi parecer la más importante es la económica. El artista tiene
que costear todos los gastos de su arte, que no son pocos. Y el marco supone un
gasto más. Así pues, si puede obviarse mejor. Es verdad que muchas piezas de
arte moderno no necesitan ser encuadradas. La fuerza que poseen acaba en el
límite de la tela y un cerramiento sería superfluo, incluso molesto.
Sin embargo, a veces el marco añade un plus de contenido a
la pintura. Puede ser algo muy simple, una línea más de la obra. O bien algo
poderoso, como es el caso que os presentamos hoy. En estos trabajos de Ñaco
Fabré el juego entre la sencillez del contenido y el amaneramiento del marco
crea una tensión excelente. La pureza del trabajo se diviniza, se ennoblece con
el dorado y sus resabios de retablo barroco. Pasado y presente se dan la mano y
se llevan bien, se gustan.
Ciertamente, los marcos que aparecen en estas obras están
hechos a medida y a posteriori, una vez finalizada la pintura. Sin embargo
nosotros podemos recorrer el camino inverso. ¿Quién no tiene un marco de la
abuela guardado en el trastero sin saber qué hacer con él? Es demasiado
anticuado para convivir con nosotros, pero su calidad no nos permite
desecharlo. Es muy probable que el marco contenga una obra de pobre valor
artístico. En este caso nos despediremos de ella sin mucho rubor. Luego
tomaremos la medida del interior del marco y conseguiremos un bastidor entelado
de esas dimensiones sobre el que trabajar. Acabada la pintura, será abrazada
cálidamente por la moldura que la estaba esperando y el recuerdo de la abuela
volverá a estar presente en la pared de nuestro hogar.
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