viernes, 23 de octubre de 2015

+ Pintar, cocinar, amar +

Recientemente se celebró la “Palma de Mallorca Maratón“ y la Fundación Vicente Ferrer colaboró en el evento con diversas acciones, encaminadas a recoger fondos para un programa que se desarrollará en Anantapur. Aprovechando la congregación de chavales en la “Palma Kids Run” dispuso una actividad artística en la que participé. Se trataba de “Drawing faces for India”. Bajo la supervisión del artista Joan Bennàssar, cada niño dibujaría un gran círculo en el suelo dentro del cual iba a plasmar un rostro, evocando los mandalas indues. Los colores a usar eran pigmentos puros disueltos en agua, sin ningún tipo de adhesivo, por lo que una vez secos el paso del tiempo los haría desaparecer.

Después de un primer instante de algarabía y recelo, los pequeños se pusieron manos a la obra. Pintaban sobre el pavimento con una seriedad y un interés inusitados. De sus líneas fueron apareciendo ojos, orejas, bocas, pendientes, collares, melenas… Para algunos era un juego divertido, igual pintaban el suelo que el zapato de sus compañeros, mientras otros lo hacían con semblante serio y trascendental, pero para todos la tarea era algo importante, con sentido y eso se reflejaba en sus rostros. El resultado sabiamente coordinado por Bennàssar fue excelente.

Dos días después pasé casualmente por allí de nuevo en el recorrido de un paseo nocturno. Con curiosidad me acerqué al lugar creyendo hallar el resto de aquel momento tan intenso, pero ya no quedaba apenas nada. La lluvia del domingo, los pies de los viandantes y probablemente las mangueras con agua a presión de los barrenderos devolvieron el piso a su original apariencia. Y pensé en el taller, en todos los dibujos que preparamos, en todas las obras que pintamos y trabajamos. El resultado es importante pues, aparte de colgarlo en el salón, permite valorar nuestra evolución, el dominio progresivo de la técnica, nuestra pericia. Pero tal vez olvidamos lo importante que es el proceso en sí mismo. Para los chavales el momento era crucial, cada pincelada marcaba un hito, cada mezcla un logro, la obra acabada tenía un valor relativo, era el instante lo que valía la pena ser vivido. Así en el taller, tan valiosa es la pintura que publicamos en el blog como las horas sudadas para conseguirla, el segundo mágico cuando el trazo inaugura el papel, la mística del color en nuestras retinas. Y esto que digo del pintar podría decirlo igual del comer, del hablar, del cocinar, del leer, del pasear, del amar…











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