viernes, 8 de abril de 2016

+ Poética de lo mínimo +

Generalmente los artistas protestamos por la falta de un buen almacén. Porque al ejercer nuestra creatividad, producimos objetos que ocupan un espacio físico, a menudo bastante considerable. Y claro, creación tras creación este volumen de obra va en aumento. Poco a poco cubre las paredes de  nuestros hogares. Luego invade las viviendas de nuestros amigos y familiares. También y con suerte, la de algún desconocido que está dispuesto a pagar por ella. Y como habitualmente nuestro afán es más intenso que nuestra capacidad de reparto, la masa pictórica sigue en aumento. Así que empezamos a entrar en contradicción con nosotros mismos, pues a la vez que experimentamos un gran placer y realización al trabajar, sentimos que la producción física está ocupando nuestro lugar en la casa y no queremos que nos saque de ella.

Mateo Pizarro (www.behance.net/mateopizarro) es un artista colombiano, afincado en San Petersburgo, que parece haber encontrado la solución a este dilema. Sus obras son dibujos realizados en blanco y negro, a lápiz o con plumilla, de gran nitidez y detalle, sobre personajes reales o imaginarios. Y lo que tienen todos en común es su reducidísimo tamaño. Tan pequeños son estos dibujos que para poder hacernos una idea de su escala, el autor sitúa un objeto cotidiano y reconocible, de pequeñas dimensiones, a su vera.

Los dibujos son delicados, con una valoración del claroscuro muy acertada, y una atención al detalle, a la textura de las superficies reproducidas, extraordinaria. Pero lo que me cautiva es la combinación de sus dibujos con los objetos en la fotografía que reproduce para indicar su escala. Porque allí establece un diálogo nuevo que gira el sentido de toda la obra. Los dibujos salen fuera del papel y empiezan a jugar con su entorno. Ya no tienen dos dimensiones sino tres. Cobran vida y dicen cosas más allá de su simple apariencia. Pequeños tesoros que valen apenas una moneda, lápices sorprendidos de lo que ha salido de su boca, cerillas consumidas ceden su luz al grafito. Miniaturas éstas, con un valor inverso a su tamaño.

Y se acabó el problema de espacio. El almacén de Pizarro no debe ser más grande que el cajón de su escritorio. Eso sí, esta victoria sobre el volumen tiene efectos secundarios, pues basta ver los ojos que se le han quedado después de una sesión de trabajo…












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