viernes, 8 de junio de 2018

+ Valorando el proceso +


Llevamos dos semanas hablando de escultores y vamos un día más con el tema, porque los artistas no dejan de enriquecernos con sus propuestas. Hemos visto cómo Tárdez utilizaba resina policromada y la combinaba con objetos encontrados, para alumbrar la chispa de nuestra sonrisa y la reflexión del pensamiento. Claire Fontana, en cambio, bebía de la tradición y utilizaba de forma increíble el bronce, uniéndolo al cristal con naturalidad para transformar lo inerte en móvil, lo pesado en veloz.

Hoy un artista en las antípodas de los otros dos. Me he resistido a colocar fotos, porque su arte está más en el proceso que en el resultado:






Sí, son sorprendentes esculturas en equilibrio, sin ningún pegamento, y por tanto efímeras. Es un concepto muy oriental y alejado de nuestras cultura, acaparadora de bienes físicos. Posiblemente todos hayáis visto en la televisión a los monjes tibetanos construir un mandala con polvos de colores, para luego destruirlo al acabar la obra. Lo importante ahí es el proceso, la conciencia que se desarrolla en el trabajo. Y la destrucción final hace caer en la cuenta de lo pasajero que es todo. Permite disfrutar de la belleza mientras la pieza se crea, pero busca liberarse del apego al objeto, todo acaba fundiéndose en el tiempo. Así son las esculturas de Pontus Jansson. Verlas crecer y equilibrarse es hermoso, increíble su pericia, placentero el resultado. Sus formas son cautivadoras, elegantes en su sencillez. Sus materiales cercanos y nobles. Y sólo la fotografía puede dar constancia de aquello que más temprano que tarde volverá a desintegrarse. Toda una lección de vida. Una enseñanza que nos desagrada e incomoda. Quisiéramos vivir para siempre, no consentimos que lo que está a nuestro lado perezca, y mucho menos nuestras ideas y convicciones. Si vais al museo de Pollença podéis contemplar en una habitación un mandala de pigmentos realizado por unos monjes tibetanos. Las paredes contienen fotos y explicaciones del evento. Y en medio de la sala, el mandala pulcramente conservado en una poderosa mesa-vitrina de cristal. Nada más contradictorio con el espíritu de los creadores. Ah! Pero así el objeto podrá contemplarse por los siglos de los siglos, tasarse, exhibirse, valorarse.

No estoy en contra de los objetos. De hecho, nosotros artistas, somos creadores de ellos y a menudo producimos tantos que no sabemos dónde ponerlos. Pero comprender la importancia de la conciencia del proceso y del aprendizaje como dador de sentido, y valorar a la par la construcción de la obra y el resultado final es la buena pedagogía de Jansson.

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