viernes, 10 de enero de 2020

+ Piedras para año nuevo +


Nuestra compañera Ángeles inició hace unos meses un viaje alrededor del mundo, que le ha permitido descubrir lejanas tierras y conocer gentes extrañas. Antes de marchar, la animé a compartir algún trabajo artístico que le llamara la atención, por wassap. Mientras estaba redactando la despedida del año pasado, con las columnas de piedra de Ugo Rondinone, recibí un mensaje suyo desde Australia.

Casualidad sobre casualidad, era una piedra megalítica, igual que las americanas. Pero el planteamiento era completamente diferente. Aquí no estamos en medio del árido desierto, sino en una rotonda de una carretera australiana. Cuando tenía 12 años mis padres me enviaron un verano a estudiar inglés a la patria de esta lengua y quedé petrificado ante tanta circunferencia en la carretera. Había por todo. Me hospedaba en un pequeño pueblecito de la campiña inglesa y cualquier trayecto era una rotonda tras otra. Esas cosas en España no las había, caprichos de los ingleses. Pero hoy en día estos inventos circulatorios pueblan cada rincón de nuestro territorio, todo se contagia. Y claro, el centro de un círculo es un lugar tan específico, tan simbólico, geométrico, simétrico, enigmático, arquetípico, que nos sentimos impulsados los seres humanos a colocar algo allí. Ese es el momento en que queda patente el buen o regular gusto del funcionario de la Administración Viaria.

En Australia son valientes, no se andan con chiquitas, y una escultura en forma de coche con pedrolo incluido no podría encontrar mejor lugar para exhibirse que el centro de una rotonda. Qué chula es esta escultura. No sabemos si significa un meteorito que ha caído fatalmente sobre el vehículo, o esta china es en realidad el sustituto del conductor en un juego infantil. Y ¿quién no jugó a los cochecitos de pequeño en su ciudad imaginaria? Ahora ya no se divierten con esas cosas, porque la pantalla suple toda improvisación, pero yo recuerdo haber pintado casas en las maderas que se iban a quemar en la estufa de leña, y hacer caminitos entre ellas con pequeñas piedrecitas, para que los coches de nuestra inventada urbe sin rotondas viajaran de un lugar a otro. Y el artista desconocido de este hito pétreo seguro que también practicó ese juego. Luego, de mayor, aumentó la escala del coche, pero siguió empleando lo que tenía a mano, como un cascorro enorme, para conducirlo. En fin, acabamos el año con un montón de piedras apiladas, y empezamos con más piedra, a ver si ponemos sólidos cimientos a nuestra práctica artística de este 2020.

Ah! Y además, le deseamos a Ángeles un montón más de experiencias artísticas en su travesía…




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