Viajar es una de las grandes pasiones del hombre de hoy. Es
una forma de desconectar de las preocupaciones y problemas que caracterizan
nuestra rutina cotidiana. También nos obliga a enfrentarnos con situaciones
inesperadas y nos permite disfrutar de la belleza creada por la naturaleza o bien por otras comunidades humanas. En la ruta compartimos momentos agradables con nuestros acompañantes o las personas que
encontramos en el camino y si somos de mente abierta tenemos la oportunidad de conocernos mejor a nosotros mismos.
Todos queremos regresar con algo físico que rejuvenezca el
recuerdo de nuestra mente. Habitualmente el souvenir más universal es la
fotografía. Sin embargo hay otro recuerdo que puede proporcionarnos tantas satisfacciones y traer a la mente muchas evocaciones. Es el cuaderno de viaje. Un
dibujo exige más tiempo que una foto. Nos obliga a dedicar más espacio a lo que
estamos observando, captar detalles desapercibidos a primera vista, disminuir
el frenesí que acompaña muchos días de ruta. El material que requiere un
cuaderno de viaje es muy simple: el bloc de dibujo y un lápiz o estilográfica
si se prefiere la tinta. Una pequeña cajita de acuarelas y algún pincel para
los amantes del color. Sólo hay una regla de oro: QUE PESE MUY POCO. Si el bloc
es demasiado grueso, lo dividimos en dos y dejamos una mitad para otra ocasión.
Los blocs ligeros, ni muy grandes ni muy gruesos, son los mejores.
En el cuaderno de viaje se refleja nuestro carácter y forma
de trabajar. Lo podéis ver en estas tres imágenes que añado a continuación. Una
a lápiz, otra con bolígrafo y la tercera una acuarela. Tres autores distintos, cada uno manifiesta su personalidad y talante al contar aquello que ve.
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