Hemos iniciado el curso y muchos de vosotros habéis querido
empezar dibujando. Las razones son diversas aunque principalmente hay dos:
después de dos meses de relax empezar por algo simple parece lo más adecuado;
también algunos de vosotros queréis encontrar nuevos horizontes en vuestro
trabajo y el dibujo estimula la creatividad. Sí, pero dibujar ¿qué? Y ¿cómo?
La fotografía acabó con la exclusividad del dibujo como
representación de lo real. Desde el renacimiento el esfuerzo por contar la
realidad de la forma más fiel y acertada posible era un trámite ineludible para
la carrera de un artista. Horas y horas de dibujo de estatuas de yeso, poses
interminables de modelo humana, carboncillo y más carboncillo. Pero al
popularizarse las cámaras de fotos cualquiera podía tener un recuerdo mucho más
fiel que el mejor dibujo de un profesional. El arte tuvo que redefinirse y
buscar un nuevo sentido. La revolución moderna tardó en llegar a las facultades
y escuelas superiores.
Cuando empecé Bellas Artes, a principios de los 90, en
Madrid la enseñanza era un refrito de academia clásica y vanguardismo. Por un
lado el profesor de anatomía nos
exigía aprender los nombres y posición de todos los huesos del esqueleto y sus
músculos y por otro el titular de pintura
suspendía a todo el que realizara una obra realista. Era una esquizofrenia.
Algunos profesores estaban convencidos que el arte había muerto y no aparecían
por el aula. Otros, como el de perspectiva,
suspendía al 80% de la clase por no dominar el gran hallazgo del siglo XV
formulado científicamente (tuve compañeros que llegaron a terminar la carrera y
no obtuvieron el título al no poder superar esta asignatura). El maestro de procedimientos artísticos nos obligaba a
pintar al temple, como Giotto, sobre una imprimación clásica hecha a base de
cola de conejo elaborada al “baño maría”, pero para el catedrático de pintura
era más importante lo que escribías en el papel del examen que lo que habías
pintado durante todo el año en el taller.
Somos hijos de estas contradicciones y todavía no hemos
llegado a la síntesis. Sigamos a Aristóteles y busquemos el equilibrio, la
virtud del medio. Aprender a representar lo que vemos de una forma acertada es
una destreza digna de ser adquirida, pues nos da libertad y control. Buscar
otros caminos que van más allá de contar sólo lo que vemos es nuestro deber.
Agustín Valle, en un artículo titulado “nada de dibujo”,
propone el ejercicio de dibujar sobre una superficie empañada. Cita para ello a
J. Cortázar:
“Reflexión matinal: siempre me gustó escribir y dibujar en
los vidrios empañados. Materia tan tersa, al dibujar la luz de fuera se alegra
del trazo y penetra de lleno. / Al cabo de un rato, el dibujo se chorrea, se
reduce a un informe montón de lágrimas, las caras se pudren, se desprenden a
pedazos. / (…)”
La semana pasada os contábamos la libertad con que los niños
convierten el arte en juego ¿Cuánto tiempo hace que no dibujáis nada en el
espejo del baño? El dibujo sobre el vaho tiene el valor de lo efímero, nos
habla de fugacidad y sutileza. ¿Por qué no probáis esta semana a utilizar la
pizarra que aparece tras ducharos y gozáis con la línea que sigue a vuestro
dedo? Agustín Valle recomienda utilizar el dedo meñique para conseguir líneas
de gran delicadeza…
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