En este mundo acelerado donde la juventud, según las
estadísticas, cambia de móvil cada seis meses, la novedad vende. Y el mundo del
arte está contagiado de este frenesí. Los artistas buscan crear marca, que se
les conozca fácilmente y destacar innovando. Hacer algo singular, que no se
haya creado todavía, es un billete hacia el éxito. Pero si la propuesta busca
sólo llamar la atención, hacerse oír dentro del ruido general gritando más
fuerte, carece de contenido y su interés caerá rápidamente. En cambio, cuando
la obra de arte nace del trabajo y la maduración, de la investigación seria y
la búsqueda de nuevas formas de expresarse, creará escuela.
El artista Matteo Pugliese nació en Milán en el 69 (somos de
la misma quinta), donde cursó sus estudios, graduándose en literatura moderna.
Desde joven se dedicó al dibujo y la escultura de forma autodidacta. En 2001
inauguró su primera exposición, empujado por sus amigos, que le insistían en
que hiciera público su trabajo. Después, su obra se ha expuesto en galerías de
Italia y de medio mundo.
Pugliese esculpe cuerpos humanos. Este tema cayó en
desgracia después de la vanguardia. Tal vez porque lo moderno asimilaba el
modelo a la odiada Academia y sus artificios. En el nuevo arte, si aparecía la
figura humana estaba deformada, alargada, estrujada, perforada o simplificada.
El cuerpo del hombre y la mujer, real o idealizado, se quedó abandonado en los
museos de Arqueología y la línea geométrica se apoderó de los volúmenes.
Él, en cambio, rescata el cuerpo físico, pero no a la usanza
tradicional. Sus figuras, en vez de reposar sobre un pedestal, salen del muro a
modo de superhéroes de película (la complexión física de las estatuas también
sugiere el mundo del cómic). Más que sus obras presentadas fríamente en una
galería, me sorprenden cuando están integradas en un ambiente. Si miráis su
web (matteopugliese.com), en el dossier de prensa podéis ver las esculturas instaladas en casas,
salones, terrazas. En estos lugares la figura entabla un diálogo con los
objetos que la rodean. Es cierto que estos bronces nos provocan inquietud y
desasosiego. Los críticos hablan del “hombre cautivo del muro” cuando se
refieren a él.
Pugliese ha conseguido realizar un trabajo personal, propio
e inconfundible. Su propuesta es innovadora y llamativa, pero no está vacía.
Los bronces están elegantemente trabajados: las expresiones de la cara, las
posturas, los acabados de la piel, todo está espléndidamente conseguido y
permite que sus figuras rebosen significado y simbolismo.
Sorprende que junto a esta serie de piezas el artista
muestre en su web otra obra a la que se dedica paralelamente. Se trata de una
extensa colección de samurais y otros guerreros de fantasía hechos de
terracota, de lo más kitsch. Son como personajes de videojuego, estrafalarios y
aparatosos. Comprendo su pasión por estas figuritas de juguete pero no la
comparto. Sin embargo, suponen un eslabón necesario en la evolución artística
de Pugliese y seguramente un divertimento frente al dramatismo del otro
trabajo. Al final, los juicios de valor sobre lo que verdaderamente es bueno
son tan relativos como lo son los intereses de cada uno. Preguntad al joven de
la casa, tan aficionado a los juegos de ordenador, cuál de las dos series le
interesa más…
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