viernes, 10 de mayo de 2013

+ Congelar el tiempo


Hace dos semanas hablábamos de la exposición de Helen Pynor “La balsa de la vida”, de cómo buscaba expresar la decadencia a la que está abocado todo lo que nos rodea y buscar la belleza en este estado de desintegración. Es un concepto que forma parte esencial de la filosofía budista. Todo cambia y nada permanece. De este principio nació la práctica que realizan los monjes tibetanos de destruir finalmente los mandalas que esforzadamente han creado depositando arenas de colores durante horas, días, según unos dibujos rituales ancestrales. Una profunda toma de conciencia de lo efímero, saber que aquello que estás elaborando pacientemente será destruido nada más finalizarse.

Detener el instante para la eternidad es la esencia de la fotografía. Y también de la pintura, en alguna de sus manifestaciones. Es como si quisiéramos invertir el proceso de decadencia, deteniéndolo. Es el caso del artista Keng Lye. No se contenta con el hiperrealismo sino que quiere ir más allá, hacia la tercera dimensión pictórica. Para ello utiliza acrílicos y resina epoxi. Vierte la resina en un bol y luego va pintando capa a capa. Es un proceso que también utiliza el artista Riuseke Fukahori. Podéis ver a este último trabajando en el siguiente vídeo:

http://vimeo.com/32967940

Lye ha querido mejorar todavía más el simulacro y ha añadido objetos en volumen para aparentar el animal con más realismo. Por ejemplo, ha incorporado una cáscara de huevo para el caparazón de la tortuga, que luego ha pintado. Tal vez sea ya rizar el rizo, paroxismo al más puro estilo oriental. A mi lo que me atrae de las pinturas de ambos artistas super-realistas es el hecho de haber intentado retener la esencia del animal, encapsulándola. El exceso de realismo persigue detener el tiempo y poseer (esta palabra es la clave), por fin, la eternidad.

Próximamente Lye va a mostrar sus animales en Londres. Imagino una exposición de su obra junto con los insectos de Helen Pynor. Decadencia y perennidad en la misma sala. Fugacidad del tiempo y perpetuidad juntos. En realidad ambos trabajos apuntan hacia una dirección coincidente, pues las obras de Lye, muy a su pesar, están descarnadas. Su frío realismo artificioso tiene algo de cadáver, de instante de formol. No se desintegra pero carece de vida. No consigue detener la decadencia, sólo simularlo.









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