El pasado 13 de abril se inauguró en el museo “Es Baluard”
una exposición de escultura del artista Llorenç Ginard. Este artista mallorquín nacido en
Manacor en el año 1935 formó parte de algunos de los movimientos artísticos más
interesantes que tuvieron lugar en la Isla en los años 60 y 70 como el “Grup
Drac” y el “Grup del dimecres”. Es una muestra retrospectiva que va desde sus
años de academia, pasando por sus primeras incursiones experimentales en
continuidad con alguna de las vanguardias artísticas del momento, hasta llegar
a su lenguaje más maduro y propio.
La obra que podemos ver es mayoritariamente figura humana,
aunque también hay algún espacio dedicado a formas de caballos e incluso
arañas. Y especialmente centrado
en la figura femenina. La mujer es la protagonista de la muestra. Una modelo
vista desde los ojos del escultor. Torsos, bustos en diferentes poses, esculturas
sentadas, reclinadas, muchas de pié con los brazos en alto. Los materiales
utilizados son diversos pero el efecto del conjunto tiene mucha unidad de
estilo.
Cuán lejos están las figuras de Ginard de aquellos atletas
griegos de cuerpos esbeltos y viriles, de aquellas venus de curvas sensuales y
finos acabados. Estas imágenes aparecen hoy continuamente en la publicidad. Nos
vemos bombardeados por el arquetipo griego de belleza nada más abrir el
periódico, encender la televisión, ver pasar un autobús. Escotes de chicas
despanpanantes nos aseguran el placer en compañía de ese modelo de coche o de
aquel perfume. Efebos fibrados y depilados nos recomiendan esta marca de champú
o aquellas maquinillas de afeitar.
Es llamativo que mientras a todas horas los anuncios nos
hablan de este ideal de belleza, el arte haya renegado de él. Las esculturas de
Ginard parecen surgir heridas de una guerra nuclear. La carne hecha girones,
los pechos deformados, las poses torturadas. Los brazos en alto parecen clamar
a un Dios que ha dado la espalda y ya no escucha. No hay contacto físico y el
sexo es desesperación. Es el hombre de hoy, perdido y sin rumbo. La publicidad
nos muestra su fachada de cartón piedra, falsa y maquillada. El arte nos
muestra su espíritu, descarnado, a la búsqueda de sentido y aturdido por el
prozac. Aún así, yo apuesto por este hombre, el que ha sabido ver su pequeñez
ante la inmensidad de un cielo con millones y millones de estrellas.
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