En la exposición que tuvo lugar el verano de 2011 en el
Thyssen dedicada a la obra del pintor Antonio López podía verse un óleo
titulado “La cena”. En él aparece una mujer con su hija sentadas en una mesa de
comedor sobre la cual están desparramados platos y restos de comida. El
ambiente de la sala es oscuro y sobre esos tonos sombríos aparecen los ojos de
la niña que se clavan en nosotros, intrusos de este momento cotidiano y
trivial. La madre come mirando al vacío, ensimismada en sus problemas. Las
viandas a medio tomar sugieren un bodegón clásico en el que el pintor ha
disfrutado de sus manjares antes de pintarlos.
Aparte de la maestría con que la obra está hecha, se podía
contemplar en la exposición un dibujo preparatorio de la misma. Era un collage
de varios trabajos realizados en papel vegetal con lápiz y pintura al óleo y
montados sobre cartón pluma. Como podéis comprobar si consultáis el catálogo de
la exposición, ambas obras, el dibujo y la pintura, indican como fecha de
composición los años 1971-1980. Antonio López ha hecho siempre gala de tardar
mucho tiempo para cada uno de sus trabajos. En este caso 9 años de elaboración.
El dibujo es espléndido. Las líneas que representan los
objetos de la mesa son duras y contrastadas para dar la sensación de cercanía.
A medida que nos alejamos en el espacio ficticio el lápiz se hace cada vez más
suave hasta llegar a la pared del fondo donde apenas se aprecian los trazos. La
niña, que está a mitad de camino, transita desde la intensidad de su mano al medio
tono de la barbilla y a la finura del pelo. Además, para destacarla sobre todo
lo demás está sombreada, único objeto con claroscuro de toda la obra, nuestros
ojos no pueden dejar de notar esta diferencia. Así, su cara adquiere verismo.
Nos está mirando. Todo lo demás son abstracciones de una realidad convertida en
contorno. El collage de papel vegetal le da vaporosidad y aumenta las sutilezas
de los tonos del papel. En primer plano un huevo duro pintado al óleo señala el
punto mas cercano al observador, como si saltara de la realidad al interior del
cuadro y marcara el punto de entrada al ojo del espectador.
Cuando estuve este febrero en ArtMadrid pude contemplar un
fragmento del dibujo, exactamente igual que el original, fechado en 2013. Era
un grabado del pedazo más atractivo del dibujo original y lo reproduce
literalmente (técnicamente indicaba “fotopolímeros y estampado con plantillas y
aerógrafo a siete colores, 76 ejemplares más 10 pruebas de autor, firmados y
numerados). Una forma útil de colmar la demanda de obras del premio Príncipe de
Asturias de las Artes sin tener que reducir los largos periodos de trabajo de
los que el pintor de Tomelloso se enorgullece.
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